Dossier: Chile, hasta que la dignidad se haga costumbre.
Movilización social, proceso constituyente y horizontes de posibilidad post 18 de octubre
Estallido Social e Historia de las Mujeres: construcción de genealogía política feminista en Chile
Resumen: El presente artículo analiza las implicancias del Estallido Social para la producción de Historia de las Mujeres, a partir del protagonismo del movimiento feminista y de mujeres en el desarrollo de las movilizaciones iniciadas el 18 de octubre de 2019 en Chile. El objetivo central, es reflexionar en torno a la reivindicación de la participación de las mujeres en las luchas sociales del pasado que surge en el movimiento feminista actual y la consiguiente interpelación hacia la historiografía chilena. En ese sentido, se plantea como hipótesis que la participación sociopolítica del movimiento feminista en el contexto del Estallido ha abierto perspectivas y desafíos para la investigación histórica con perspectiva de género, especialmente en lo que respecta a la reconstrucción e interpretación de la trayectoria de las luchas de mujeres en nuestro país, posibilitando la formulación de una genealogía política que otorgue sentido de continuidad al movimiento feminista en el contexto actual.
Palabras clave: Estallido Social, Movimiento Feminista, Historia De Las Mujeres, Participación Sociopolítica.
Social Outbreak and History of Women: construction of feminist political genealogy in Chile
Abstract: This article analyses the implications of the Social Outbreak for the production of History of Women, based on the prominence of the feminist and women’s movement in the development of the mobilizations initiated on October 18, 2019 in Chile. The central objective is to reflect on the demand for the participation of women in the social struggles of the past that arises in the current feminist movement and the consequent interpellation towards Chilean historiography. In this sense, it is hypothesized that the socio-political participation of the feminist movement in the context of the Social Outbreak has opened up perspectives and challenges for historical research with a gender perspective, especially with regard to the reconstruction and interpretation of the trajectory of women’s struggles in our country, enabling the formulation of a political genealogy that gives a sense of continuity to the feminist movement in the current context.
Keywords: Social Outbreak, Feminist Movement, History of Women, Sociopolitical Participation.
Introducción
Las últimas décadas del siglo XX en Chile, estuvieron marcadas por el progresivo aumento de movilizaciones sociales de diversa índole. La postdictadura –o transición democrática-, fue escenario de masivas protestas en torno a exigencias como verdad y justicia por las violaciones a los Derechos Humanos en contexto dictatorial, la protección del medioambiente frente al extractivismo, contra de la privatización del sistema educacional, ampliación de derechos laborales, entre otros. Dichas movilizaciones tuvieron distintos ritmos, intercalando años de algidez –como las movilizaciones estudiantiles de los años 2006 y 2011- con periodos de visible desgaste. Asimismo, dieron cuenta de la existencia de una sociedad civil activa y dinámica, compuesta por actores y actrices sociales que desplegaron distintas formas de acción política, revitalizando el diálogo entre la ciudadanía y el Estado que había sido interrumpido por la Dictadura Cívico Militar entre 1973 y 1989.
Realizar una lectura desde la historia a un acontecimiento como el Estallido Social en Chile resulta complejo, pues surgen múltiples desconfianzas y suspicacias por no tratarse de un suceso suficientemente pasado como para ser objeto de estudio de nuestra disciplina. Desde la Historia del Tiempo Presente, resulta interesante aproximarnos al Estallido desde su relación con continuidades y dinámicas que le preceden, además de las perspectivas que a partir de este acontecimiento se abren en múltiples direcciones, entre ellas los desafíos para la historiografía. Desde esa perspectiva, comprendemos el Estallido no como un hecho aislado en sí mismo, sino como fenómeno constitutivo del presente histórico, más allá de su inmediatez o coetaneidad, por su encadenamiento con experiencias pasadas y horizonte de expectativas (Fazio, 2018). Consideramos relevante atender a las demandas sociales en torno a la interpretación de fenómenos contemporáneos –incluso aquellos tan próximos como el Estallido-, ante lo cual las y los historiadores debemos asumir un compromiso y, por lo demás, un posicionamiento ético y político (Allier, 2018).
Desde las Ciencias Sociales, se han multiplicado los esfuerzos por desentramar las variables explicativas y las características de los movimientos sociales en el contexto democrático chileno. Sin embargo, la participación de mujeres ha quedado a la zaga del análisis: sus propias motivaciones, sus formas de entender y ejercer la ciudadanía, así como las relaciones que se establecieron entre hombres y mujeres en distintos espacios de articulación, son algunas de las interrogantes que se plantean y que desde los Estudios de Género se han comenzado a problematizar.
Breve crítica a la historiografía nacional
La historiografía tradicional se ha caracterizado por la omisión y marginación de las mujeres en los relatos del pasado, de tal modo que la Historia Oficial de nuestro país solo cuenta con algunas escasas alusiones a personajes femeninos, excepcionales y célebres, generalmente vinculadas a hombres destacados y a las esferas de poder (Valdivieso, 2009). Las transformaciones epistemológicas operadas en las Humanidades y las Ciencias Sociales a lo largo del siglo XX, especialmente el desarrollo de la Nueva Historia Social, pavimentaron las vías teóricas de acceso para la visibilización de las mujeres en tanto que sujetos subalternos, aunque inmersas indistintamente dentro del conjunto del “bajo pueblo” o del metarrelato de la clase obrera, a este respecto destaca Isabel Núñez que:
La mujer del bajo pueblo es el objeto de estudio por excelencia de esta línea historiográfica, que inscribe a las mujeres como sujetos complementarios de los procesos históricos, construyendo una dialéctica de clase escasamente reflexiva, invisibilizando las relaciones de poder que se generan en los procesos (2007, p. 94).
A partir de la falta de profundización analítica en torno a las especificidades y diferencias vinculadas a la construcción social del género, las experiencias del mundo popular han sido estudiadas de forma homogénea, sin atender a las negociaciones, resistencias, encuentros y desencuentros entre hombres y mujeres –sin mencionar a las diversidades sexuales y personas no binarias-. En una dirección similar, la trayectoria de los movimientos sociales en Chile ha sido registrada por la historiografía en clave masculina, puesto que ha concebido a los hombres como sujetos centrales de la acción política, debido a los constructos de la masculinidad y la feminidad, quedando esta última vinculada a estereotipos de género de esposa, madre y dueña de casa, siendo constantemente excluida de la esfera pública. Por otra parte, las formas de organización y participación se circunscriben a instancias tradicionales de marcado predominio masculino – tales como sindicatos y partidos políticos-, mientras aquellos espacios de articulación ocupados primordialmente por mujeres han sido escasamente abordados. Elizabeth Hutchison comenta a este respecto, que el reconocimiento por parte de los historiadores sociales de las formas de discriminación y exclusión de las mujeres no ha implicado una profundización en el análisis de sus causales, derivando en la poca problematización de su presencia en los procesos históricos (2006, p. 18). Por tanto, la sola inclusión de las mujeres desde la Historia Social no constituye garantía de abandono de las lógicas androcéntricas que atraviesan la ciencia histórica.
A partir de la década de 1980, gracias a los pioneros Estudios de la Mujer y, posteriormente, al despliegue académico de los Estudios de Género, se ha avanzado significativamente en el análisis del pasado, a partir de las relaciones sociales establecidas debido a las diferencias sexuales entre las personas, transitando así desde el ejercicio de visibilización e inclusión hacia la problematización de la presencia de las mujeres en distintos procesos sociales. Actualmente, podemos afirmar que las investigaciones históricas con perspectiva de género han proliferado, al igual que los centros de estudios y programas de postgrado, dando cuenta de un creciente interés y especialización. Sin embargo, resta mucho por recorrer hacia la consolidación de este ámbito de investigación a nivel académico e institucional. Para avanzar hacia una efectiva incorporación de las mujeres en la historiografía, señala Ana María Carrasco que “no basta solo con adosar la presencia de las mujeres en la historiografía oficial, sino exponerlas como sujetas activas en los procesos sociales e históricos, hacer que estén efectivamente representadas en la investigación social y no solo presentes” (2018, p. 24).
Las mujeres y el Estallido Social
Los movimientos de mujeres y feministas en Chile tuvieron sus primeras expresiones hacia finales del siglo XIX, de modo que a lo largo de más de un siglo y en distintos momentos históricos, las mujeres se han organizado en torno a demandas específicas relacionadas con problemáticas en torno al género. Es así como surgieron clubes de lectura, organizaciones de obreras mutualistas, asociaciones anticlericales como los Centros Librepensadores Belén de Sárraga, el Movimiento Pro-Emancipación de la Mujer, multiplicidad de organizaciones feministas, además de marcar presencia en instancias mixtas como partidos políticos, movimiento de pobladoras y pobladores, lucha por los Derechos Humanos y el retorno a la democracia, Pueblos Originarios, movimiento estudiantil, entre otras. Una larga trayectoria de luchas reivindicativas antecede al movimiento actual.
Es innegable que la trayectoria de los movimientos de mujeres en Chile ha sido documentada y en la actualidad es temática de investigación de múltiples historiadoras (y en menor medida, también de historiadores). Sin embargo, factores como la visión androcéntrica de la historia –anteriormente criticada-, la no incorporación en los planes escolares de estudio y la falta de divulgación, inciden en una tendencia al desconocimiento de estos temas por gran parte de quienes componen el movimiento. Esta carencia de información es compensada por una suerte de memoria colectiva que reconoce la existencia de una historia común y específica de mujeres, difusa pero latente, la cual se expresa, por ejemplo, en frases que comúnmente pudimos ver rayadas en muros o escritas en pancartas durante el Estallido, como: “somos las nietas de las brujas que no pudiste quemar”, la cual establece un puente entre un pasado remoto y el propio presente. Esta necesidad de generar anclajes y continuidades con el pasado, de enunciar la pertenencia e identidad a un grupo históricamente oprimido, requiere de una respuesta por parte de la historiografía.
Por otra parte, los factores recién mencionados han impactado también en el tipo de vínculos que establecen las mujeres con la historia, tanto por verse representadas generalmente en los resabios de los relatos oficiales, como por la falta de legitimación de sus memorias en la construcción del sentido del pasado. Consideramos, por tanto, que desde las ciencias históricas –y desde el quehacer académico en general- existe una brecha por saldar en cuanto a su incorporación y pleno reconocimiento en tanto que actrices históricas, a quienes hoy se auto perciben en los márgenes. La Historia de las Mujeres, como línea de investigación, nos permite re-pensar no sólo el pasado de nuestra sociedad a partir del sujeto mujer como centro del análisis (Iglesias, 2007, p. 121), sino también posibilitar el reconocimiento y apropiación de la historia por parte de las mismas mujeres, constituye en ese sentido una perspectiva tanto teórica como política.
En el Estallido Social iniciado en octubre de 2019, confluyó una ciudadanía heterogénea: desde organizaciones políticas hasta personas sin militancia o activismo previo, quienes incluso participaban por primera vez en protestas callejeras. Las demandas abarcaron un amplio espectro de derechos sociales precarizados, en el marco de una economía neoliberal y un modelo de Estado mínimo. La presencia de mujeres ha sido masiva y ha ocupado cada espacio posible –la “Primera Línea”, los cacerolazos, los cabildos ciudadanos y muchos otros-, ha sido diversa en términos etarios, étnicos y de clase, y no ha involucrado únicamente a grupos feministas organizados, sino a miles de individuas que se autoconvocaron en las manifestaciones e incluso se incorporaron posteriormente a instancias de articulación como asambleas de mujeres, colectivas feministas, etc. Esta participación no es circunstancial, es decir que no surge en ni con el Estallido, sino que se enmarca en la existencia de un movimiento social, en el cual se genera una identificación colectiva amplia que trasciende una determinada coyuntura (Diani, 2015), en este caso, la del Estallido.
Dicho movimiento, que se ha consensuado en denominar la “Cuarta Ola” del feminismo a nivel mundial, ha desplegado un ejercicio de ciudadanía desde las mujeres, bajo sus propias lógicas y en espacios no tradicionales, alternativos a la política formal, ello se ha expresado en su diálogo con múltiples centros de poder e instituciones normativas, además del Estado. En nuestro país, este movimiento se ha caracterizado en los últimos 3 años por la irrupción de nuevas generaciones, como en el caso del “Mayo Feminista” de 2018 cuyas protagonistas fueron las estudiantes secundarias y universitarias; por la masividad de sus convocatorias en fechas claves como las Huelgas Feministas del 8 de Marzo (Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras) o del 25 de Noviembre (Día Internacional contra la Violencia hacia las Mujeres), el impacto de acciones colectivas como la coreografía de “Un violador en tu camino” del colectivo Las Tesis, la realización de encuentros regionales y nacionales, además de campañas que han despertado una multitudinaria adhesión tanto en Chile como en otros países, como “Ni Una Menos” y el Aborto Libre. Por otra parte, destaca el carácter dinámico y creativo de sus acciones de protesta, la incorporación del arte, la performance, los saberes y prácticas tradicionales y la utilización de recursos simbólicos que han generado sentido de adhesión, pertenencia e identidad.
Consideramos que en “la Revuelta” de octubre, se evidenció la capacidad de acción del movimiento feminista, el cual expresó de forma constante una mirada inquisitiva al pasado y una interpelación a la historia. En primer lugar, observamos la evocación de figuras de luchadoras sociales emblemáticas como Teresa Flores, Elena Caffarena, Violeta Parra y Gabriela Mistral, y especialmente en la icónica consigna “Lucha como Gladys”, aludiendo a la líder comunista Gladys Marín (imagen 01). Esta búsqueda de referentes de lucha con los cuales identificarse, nos habla de una necesidad de establecer una genealogía política de mujeres, lo cual fricciona la hegemonía masculina en la construcción de la imagen del líder, no solo en torno al género sino incluso disputando su sentido de clase si se sitúa en relación a los próceres de la historia oficial de corte liberal, es decir que se trata de figuras de liderezas mujeres, en su mayoría de sectores populares y vinculadas a las izquierdas.
En esa misma dirección, destacan las iniciativas levantadas en distintos lugares del país para reemplazar, simbólicamente, nombres de calles (imagen 02) y estaciones de Metro (imagen 03), por nombres de mujeres consideradas significativas para el movimiento feminista. La designación de los nombres de las calles, plazas, estaciones u otros, cumple una función de conmemoración y valorización de determinados personajes en función de sus acciones o los aportes realizados a la sociedad. Por lo general, ello recae en figuras masculinas pertenecientes a las élites, de tal modo que las intervenciones de renombramiento feministas movilizan la memoria y ponen de manifiesto la existencia de una historia propia, silenciada y omitida, haciendo visibles aquellas figuras que, desde la perspectiva feminista, son meritorias de homenajes.
Un segundo aspecto, son las consignas que, tanto escritas como verbalizadas, relevan la ascendencia materna, por ejemplo “Piñera: afírmate la pera, porque salió a la calle la hija de la obrera”, entrecruzándose además con la ancestralidad de los pueblos originarios y afros e identidades culturales como el caso de la identidad pampina (imagen 04), en cuyos casos nuevamente puede observarse el sentido de continuidad en el tiempo, desde el presente hacia el pasado más cercano, hasta perderse en la profundidad del tiempo histórico.
Por otra parte, se observaron consignas que señalan directamente a la Historia, desde la reclama por formar parte constitutiva de ésta, tales como “Eliminaron el ramo de Historia1, así que tuvimos que escribir la historia de nuevo”, o “No somos histéricas, somos Históricas”, y el emblemático rayado gigante “HISTÓRICAS” realizado a ras de suelo durante la multitudinaria marcha del 8M en Santiago, Plaza de la Dignidad (imagen 05), con lo cual se resignifica y traslada la tradicional asociación de lo femenino con el espacio privado, estático y aparentemente fuera del devenir histórico, hacia un sentido de acción y trascendencia, de estar haciendo historia, en un contexto de algidez en Chile.
Es importante señalar que, en el escenario del Estallido Social, son las experiencias de mujeres de múltiples generaciones las que se cruzan y dialogan (imagen 06), compartiendo una memoria colectiva en relación con las problemáticas devenidas de la construcción social del género y lo que involucra para cada una de dichas generaciones el ser mujer, considerando además otros múltiples factores de discriminación que atraviesan el género. Ello es significativo por cuanto complejiza el contenido de lo que constituye el pasado (imagen 07).
Los ejemplos comentados son un botón de muestra del despliegue discursivo del movimiento feminista durante el Estallido Social, en relación con las inquietudes por conocer y construir su propia historia, a las percepciones respecto del presente y del pasado y la existencia de “muchas otras que lucharon antes que nosotras”, de las omisiones y del anonimato como mecanismos de opresión política patriarcal. En razón de ello, consideramos que la participación del movimiento feminista en este contexto ha tensionado la búsqueda de un pasado que, de alguna forma, explique su presente, otorgando sentido de continuidad y sustente su identidad, conllevando a la necesidad de contar con una historia que dé cuenta de las experiencias de las mujeres. De esta forma, el género opera en un sentido de equidad y justicia, siguiendo a Luz Marina Cruz “[…] el propósito no es imponer otro apartheid histórico viciado de prejuicios sexistas que desnivelarían la balanza hacia el lado femenino, sino corregir las supresiones y distorsiones para luego incorporar a las mujeres dentro de una dinámica histórica total” (2010, p. 31).
Conclusiones
La incorporación de la categoría de género al análisis histórico de los movimientos sociales, nos permite aproximarnos a aquellos lugares –tanto públicos como privados- desde los cuales las mujeres han accionado en torno a sus demandas, por otra parte posibilita evidenciar la multiplicidad de formas de participación y el contenido político de sus acciones, más allá de los límites de las formalidades y concepciones tradicionales de aquello que constituye la política.
La presencia del movimiento feminista –y de las mujeres en general- en el Estallido Social ha generado una interpelación a las ciencias históricas, expresada de diversas formas –literales y simbólicas- y evidenciando una ávida inquietud por acceder a su propia historia, especialmente en lo que respecta a la elaboración de una genealogía política del feminismo chileno, que conecte el pasado con el presente y el futuro en construcción. Esa perspectiva de continuidad, refuerza la identidad del propio movimiento y de quienes lo integran, favoreciendo la cohesión y cimentando nuevas solidaridades.
Esta presión social, comporta una serie de desafíos para la historiografía. En primer lugar, apela al posicionamiento de los y, principalmente, las historiadoras en tanto que ciudadanía activa en torno a la interpretación de los procesos sociales, asumiendo un compromiso con la veracidad y la transparencia de aquello que se investiga, además de facilitar el acceso a la producción científica y, por ende, a la apropiación de su pasado. En ese sentido, como historiadoras e historiadores, resulta necesario re-pensar nuestro rol social y reconocernos como sujetos y sujetas políticas.
En segundo lugar, esta demanda nos conduce a revisar las metodologías empleadas, especialmente si se trata de la historia reciente, desplazándonos hacia la necesidad de co-construir conocimiento, por cuanto el proceso investigativo involucra a protagonistas vivas.
Finalmente, surge la necesidad de cambios epistemológicos profundos en la historiografía, que permitan superar el androcentrismo que persiste en el ámbito teórico, además del sexismo como práctica en nuestra disciplina. Como se mencionó al comienzo, la sola incorporación o visibilización de las mujeres a los relatos históricos ya constituidos no resuelve ni subsana su exclusión, sino que se requiere precisamente problematizar los orígenes, mecanismos e implicancias de dicha exclusión, a partir del análisis de la construcción social de las diferencias sexuales.
Desde esta perspectiva, y recalcando la relevancia que comportan las tensiones y –por qué no decirlo- provocaciones del movimiento feminista hacia la historia, consideramos necesario desarrollar una historiografía feminista.
Referencias
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Notas
Recepción: 13 Julio 2020
Aprobación: 19 Agosto 2020
Publicación: 01 septiembre 2020