Artículo
Custodio de la doctrina y represor estatal. La función del teniente coronel Osinde dentro del movimiento peronista, 1953-1973
Resumen: En este trabajo se revisa la relación del teniente coronel Jorge Manuel Osinde con Juan Domingo Perón atendiendo al rol que cumplió como agente de control estatal y represor en el primer período peronista y luego como custodio del movimiento, desde el exilio a la vuelta al poder del ex presidente. A partir de ello intentamos repensar acerca de las continuidades de prácticas represivas estatales o paraestatales en gobiernos incluso democráticos, en la segunda mitad del siglo XX. Sobre todo, se intenta percibir la transformación que el concepto de enemigo político asumió dentro del movimiento peronista, mientras que este se ampliaba ideológicamente hacia una izquierda revolucionaria o una izquierda nacional. Se observa cómo desde la perspectiva de uno de los cuadros más leales al peronismo como Osinde, el enemigo sospechoso será perseguido primero por un antiperonismo caracterizado difusamente como propio de “agentes comunistas” (aun cuando se tratara de radicales, socialistas, o incluso comunistas) y más tarde por infiltrados o agentes externos/extraños al movimiento. El caso de Osinde, a nuestro juicio, aporta a la comprensión de la marcialidad, es decir la imbricación entre conductas militares, prácticas policiales y lealtades políticas, como una de las características sobresalientes del conglomerado de la ortodoxia peronista, a posteriori identificado como “derecha peronista” por los historiadores.
Palabras clave: Osinde, Represión, Violencia, Ortodoxia peronista.
Custodian of doctrine and state repressor. The role of Lt. Col. Osinde within the Peronist movement, 1953-1973
Abstract: In this work, the relationship of Lieutenant Colonel Jorge Manuel Osinde with Juan Domingo Perón is reviewed, attending to the role he played as an agent of state control and repressor in the first Peronist period and then as custodian of the movement, from exile to the return to power from the former president. From this we try to rethink about the continuities of repressive state or parastatal practices in even democratic governments, in the second half of the 20th century. Above all, an attempt ismade to perceive the transformation that the concept of political enemy assumed within the Peronist movement, while it expanded ideologically towards a revolutionary left or a national left. It is observed how from the perspective of one of the cadres most loyal to Peronism such as Osinde, the suspected enemy will be persecuted first by an anti-Peronism, diffusely characterized as “communist agents” (even when it was radicals, socialists, or even communists) and later by infiltrators or external / foreign agents to the movement. The Osinde case, in our opinion, contributes to understanding martiality, that is, the interweaving between military conduct, police practices and political loyalties, as one of the outstanding characteristics of the conglomerate of Peronist orthodoxy, later identified as "Peronist right wing" ”by historians.
Keywords: Osinde, Repression, Violence, Peronist Orthodoxy.
El teniente coronel Jorge Osinde. un cuadro militar y de larga trayectoria dentro del peronismo, personaje de apariciones públicas algo esquivas, es recobrado en este artículo a partir de diversas fuentes para iluminar el ascenso de la violencia política y la represión organizada en la Argentina durante la mitad del siglo XX., es decir en un proceso de mediana duración1. Al mismo tiempo intenta comprender a ese conglomerado de la ortodoxia peronista, más tarde identificada como “derecha peronista” (Besoky, 2016), tanto en sus propias lógicas como en su relación con las fuerzas represivas. El análisis planteado revisa las continuidades de prácticas como la de la represión estatal o paraestatal2 y la lucha contra un enemigo interno de carácter difuso y propone que la formación del concepto de enemigo se fue modificando según el contexto histórico, caracterizado como antiperonista, comunista o infiltrado según el período. El análisis del itinerario político de Osinde desde comienzos de los años cincuenta hasta los primeros setenta evidencia el rol de un agente de control estatal elegido por su origen militar, su relación de lealtad personal hacia Perón y por la defensa a ultranza de una versión ideológica ortodoxa del peronismo. Dicho de otro modo, definimos a esa postura ortodoxa como la conducta marcial expresada en la defensa indiscutible de los valores del primer gobierno, de su permanente convicción de ver a Perón como único líder posible, de la defensa a ultranza de la Tercera Posición y sobre todo del visceral rechazo de cualquier reinterpretación proveniente del marxismo o guevarismo, dentro de un movimiento peronista que, entre el exilio y la vuelta al poder del líder, se transformaba a sí mismo y era reinterpretado desde la izquierda revolucionaria o la izquierda nacional. A través del estudio del caso de Osinde intentamos repensar la formación de la cultura política de un “peronista ortodoxo de Perón”, como el mismo se denomina3, que naturalizó la represión al enemigo de turno e incluso el armado de grupos paraestatales en el pasado reciente argentino más allá de la conocida Alianza Anticomunista Argentina (AAA)4.
Osinde emerge tanto en la memoria de la militancia de izquierda peronista como en el imaginario social de quienes atendieron a los gravosos hechos políticos de su tiempo, como un militar retirado, símbolo de la represión en la Argentina en los años setenta a partir de su actuación en los sucesos en el aeropuerto de Ezeiza, en ocasión de la vuelta definitiva de Perón al país en junio de 19735. Su actuación, empero, había comenzado en 1947 como jefe del Servicio Secreto del Comando en Jefe del Ejército y coordinador de la Policía Federal desde la que manejaba servicios policiales y también militares en la segunda presidencia de Perón. Además fue delegado militar de Perón, un intermediario nombrado por el mismo Perón para con los sectores militares argentinos, durante el exilio del líder y finalmente Secretario de Deportes del gobierno de Héctor Cámpora, desde donde organizó la seguridad en el operativo de regreso al país de Perón, finalizado en tragedia y enfrentamiento entre derecha e izquierda peronista.
En los últimos años, los estudios sobre represión estatal han configurado un campo que revisa el accionar de distintos actores complejizando las relaciones entre golpes institucionales y represiones, continuidades y rupturas, relaciones entre legalidad e ilegalidad (Águila, 2018). Dentro de ese campo deben integrarse aquellos estudios que se preocuparon por la lucha interna dentro del peronismo entre el exilio y la vuelta al poder de su líder, y sobre todo a la represión que el mismo gobierno constitucional peronista ejerció desde 1973 hasta 1976. El caso que nos ocupa en este artículo intenta apoyar esas hipótesis de quienes, de manera original han demostrado que “el avance represivo se hizo a través de un entramado de políticas y prácticas institucionales, consideradas legales, que se articularon con aquellas otras más conocidas de carácter clandestino o paraestatal” (Franco, 2012, p. 17), pero sobre todo, que el período 1973-1976 forma parte de una escalada de medidas estatales de excepción, las cuales deberían observarse por lo menos desde el período de la Revolución Argentina en adelante.
Incluso en la actualidad se ha superado uno de los mayores reparos6 académicos a través del trabajo de algunas autoras que se dedicaron a recuperar la voz propia de los oficiales del Ejército Argentino para atender a la subjetividad que da cuenta del “mundo de vida de quien narra su participación en la represión” y de los lazos y tradiciones que los atravesaron (Salvi, 2017, p. 96), aunque como dicen quienes han realizado estos trabajos “en muchos casos, estos dichos revistan un carácter tardío, falso, reivindicatorio, e incluso infamante, su relevancia se vincula con las repercusiones políticas, memoriales y sociales” (Feld y Salvi, 2016).
El análisis del enfrentamiento entre un peronismo ortodoxo, entendiendo a este como hemos dicho más arriba, como doctrina de principios históricos e inamovibles y un peronismo revolucionario reinterpretado desde la izquierda que veía al peronismo como camino al socialismo, ha dado sus frutos también en trabajos que abordan tanto marcos locales como nacionales, es decir que tomaron en cuenta el problema de las trayectorias personales, escalas y prácticas políticas (Nahmías,2013; Ladeuix, 2014, Besoky, 2016). Acerca de este último punto solo diremos aquí que entre el exilio de Perón y su vuelta al poder, mientras el peronismo intentó en muchas oportunidades reconstituirse e integrarse nuevamente al sistema dada la prohibición sufrida desde 1955 y la participación limitada a través de partidos neoperonistas organizados para competir electoralmente a lo largo de todo el período de proscripción, una nueva generación militante, más joven, creyó que los objetivos solo serían posibles por vías alternativas al juego electoral. Junto a otros factores propios de una revolución continental y la formación de una Nueva izquierda, se expandieron un conjunto de organizaciones político-militares y guerrilleras que asumieron en el peronismo un camino hacia el ansiado socialismo nacional. Sobre prácticas heredadas y bien aprendidas de la cultura política tradicional, esta nueva juventud inauguró otras, propias de la época que les tocó vivir (Bartolucci, 2017). Este proceso generó una tensión dentro del propio peronismo que fue vivida como enfrentamiento entre “zurdos y fachos”, como “infiltración al movimiento” o como lucha revolucionaria contra sectores reaccionarios o burócratas desde los primeros años setenta (Amaral & Plotkin, 2004; Amaral, 1999; Spinelli, 2013). Esta división de los principios del movimiento peronista fue seguida muy de cerca por Osinde como un actor capaz de vigilar y reprimir a todos aquellos que se apartaran o reinterpretaran desde el marxismo los principios de la doctrina peronista en los años setenta. Sucede que mucho antes de que los enemigos fueran los sectores de una izquierda peronista radicalizada en los setenta, el teniente coronel Jorge Osinde había cumplido funciones de control represivo y ejercido prácticas de violencia contra opositores antiperonistas mientras cumplía su rol oficial como Jefe de Coordinación Federal desde 1947. Luego del derrocamiento del gobierno, supo construirse como custodio y como delegado militar de Perón durante el exilio del líder. Su función como jefe del operativo de seguridad en Ezeiza en 1973 lo coloca una vez más dentro del movimiento como un actor de segunda línea, es cierto, pero leal a Perón y a su doctrina, típico agente de un conglomerado ortodoxo defendido desde los inicios del primer gobierno, gracias a sus características militares y policiales.
1er Acto: la represión en nombre de Perón
Osinde acababa de terminar su curso de inteligencia en el mismo año en el que el general Perón accedía al poder y en el marco de un Estado plagado de servicios de información dispuestos a controlar las capacidades de sabotajes opositores. Las fuentes recientemente desclasificadas y trabajadas por diferentes investigadores dieron cuenta del conjunto de organismos de control político que el peronismo inauguró (Kabat, 2017, p. 230). Una de las muestras de la nueva organización, fue la creación de nuevas instituciones y reformas ad hoc como la absorción de la policía de la capital por la recientemente creada Policía Federal7. En este período se instituyó la agencia de Coordinación de Informaciones del Estado (CIDE) dirigida originalmente según su estatuto por un militar, Solveyra Casares, que concentraba la información obtenida por los demás órganos informativos, y con cuyo jefe Perón se reunía quincenalmente (Kabat, 2017). El gobierno además inauguró la División de Informaciones Políticas, la de Control del Estado, el Servicio de Informaciones de la Secretaría de Asuntos Políticos y el de la Subsecretaría de Informaciones y Prensa. Por su parte, los militares también mantenían el SIN (Servicio de Inteligencia de la Armada), el SIA (Servicio de Inteligencia de Fuerza Aérea) y el SIE (Servicio de Inteligencia del Ejército). La preocupación esencial se orientaba a controlar la actuación de lo que genéricamente se llamó “agentes comunistas”. En el marco de esta cosmogonía de control represivo la oficina de Coordinación Federal era una dependencia que aunque perteneciente a la Policía Federal, su jefatura debía ser desempeñada por un jefe del Ejército permanente “con diploma de Oficial de Estado Mayor’ o de ‘Oficial de Informaciones”. Su misión específica era la de colaborar en la prevención del delito o concurrir a la defensa nacional interna, en coordinación con los servicios de informaciones del Ejército, Armada, Aeronáutica y Gendarmería Nacional. Sus funciones de represión al espionaje y al sabotaje, los habilitaba a detener personas. Desde 1947 en adelante la Coordinación Federal estuvo a cargo de un militar leal y de cercanía con Perón: el entonces mayor Jorge Manuel Osinde, menos visibles para los historiadores durante sus primeros momentos de actuación pero cuya conducta puede percibirse a partir de un testigo de época. Kabat recupera una pequeña anécdota que da cuenta de ella: “Zoé Martinez una empleada de CIDE, afirmaba en un documento que Osinde una vez le dijo que “admiraba el placer con que el torturador que tenía a sus órdenes, aplicaba la picana” (Kabat, 2017, pp. 242-243).
En ese marco, durante su gestión a cargo de los servicios militares y policiales8 se enfrentó a opositores (radicales, socialistas, comunistas) quienes según sus propias palabras sentían que día a día el régimen se mostraba cada vez más violento y sofocante (Luna, 1985; Potash, 1981). Entre 1951-1954 se registraron las primeras intentonas de golpes contra el gobierno de Perón. Los deseos de conspiración, no solo atenían a los militares sino también a miembros civiles de diferentes partidos políticos quienes sigilosa y clandestinamente se fueron organizando como Comandos Civiles Revolucionarios (CCR) (Bartolucci, 2018). Uno de los cabecillas de las primeras conspiraciones en 1951 contra el gobierno peronista, el cual fracasó en pocas horas, fue el general Menéndez. Las sanciones contra los conspiradores fueron duras, ma non troppo, en tanto no se decidió el fusilamiento de los conspiradores gracias a los consejos de los allegados a Perón. Osinde encabezó el gran operativo de encarcelamiento de más de doscientos opositores.
En ese contexto, un grupo de estudiantes organizados produjeron un atentado contra “el régimen”, no dudaron en pasar a la acción en nombre de lo que consideraban como la pérdida de las libertades individuales y las virtudes republicanas. El 15 de abril de 1953, durante el discurso que ofrecía el presidente Perón en un acto convocado por la CGT en Plaza de Mayo, hicieron estallar explosivos que habían sido colocados en la puerta del Hotel Mayo y en la boca del subterráneo. Las bombas de la pasión antiperonista no fueron inocuas, generaron muertos y varios heridos9. Como consecuencia de ese acto de violencia política, se detuvieron a varios jóvenes, entre otros, a Roque Carranza, Rafael Douek y Alberto González Dogliotti de la Unión Cívica Radical. Los testimonios judiciales son reproducidos por fuentes secundarias10. Según surge de los expedientes por los mismos testigos, una vez apresados, los universitarios fueron sometidos a crudas vejaciones policiales perpetradas por el entonces jefe del Servicio Secreto del Comando en Jefe del Ejército, Jorge Osinde, quien había sido designado como responsable de la investigación. Douek atestigua en aquella declaración judicial, que Osinde le manifestó que su vida “ya no tenía ningún valor”, tras lo cual, para que declarara su participación en el atentado, le aplicó un golpe que le fracturó el premolar del maxilar superior. En el mismo expediente, se denuncian los tormentos realizados por dos colaboradores de Osinde, uno de ellos comisario: la amenaza de electrocución con una lámpara de luz roja frente a una red conectada a cuatro conductores eléctricos y fuertes golpes de puño sobre la cara de González Dogliotti, quien denunciaba haber quedado sordo luego de la golpiza. La denuncia da cuenta de la negativa de Roque Carranza acerca de su responsabilidad en la explosión y la posterior defección y aceptación de su culpa con una confesión, con el fin de no seguir sufriendo tormentos. Las víctimas aseguraron que las sesiones de picana se sucedieron en los sótanos del poder bajo la responsabilidad de Osinde, quien ya era teniente coronel del Ejército Argentino (Vertbisky, 1986). El relato de Verbitsky a partir de la declaración judicial publicada pocos meses después del derrocamiento de Perón por el ex diputado Nudelman, convoca a complejizar la lucha contra los opositores y las prácticas de tormento naturalizadas por las instituciones policiales en combinación con la presencia de los agentes del Estado convalidando, e incluso azuzando, el método utilizado. Del mismo modo permite a los historiadores preguntarnos o relativizar las intenciones estatales de reformas policiales y las normativas y prácticas concretas de represión policial (Barreneche, 2009, pp. 123-151; Barreneche, 2018, pp.17-41). En ese sentido, es interesante para nuestro caso de estudio poner en juego estas prácticas con un clima de guerra discursiva, un contexto de control y vigilancia y la conformación de un enemigo desde el Poder Ejecutivo, al responder a los intentos de golpes y boicots. El discurso de Perón del 1° de mayo, quince días después de las explosiones provocadas por los estudiantes, recordaba y homenajeaba la sangre derramada de los trabajadores con palabras recargadas de tensión y violencia:
Por eso, yo pido que me dejen actuar a mí. Que no actúen en forma colectiva (…) Yo les pido que no quemen más ni hagan nada de esas cosas. Porque cuando haya que quemar voy a salir yo a la cabeza de ustedes a quemar. Pero entonces, si ello fuera necesario la historia recordará la más grande hoguera que ha encendido la humanidad hasta nuestros días11
Es decir que la violencia opositora generaba como respuesta, la violencia discursiva desde el poder. Pero al mismo tiempo, durante el segundo gobierno peronista, se combinaban antiguos malos hábitos de la cultura represiva policial con la idea de la construcción del enemigo interno, al que se debía reprimir. Las acusaciones de parte de los detenidos respecto de torturas y apremios nos convoca a repensar sobre la laxitud del Estado frente a las prácticas de sus autoridades policiales, las acciones de violencia política o la “patrimonialización de la violencia colectiva en favor de un proyecto social” (González Calleja, 2017, p. 109).
En este sentido, en 1954 el diputado radical Santiago Nudelman denunciaba en sus discursos dentro de la Cámara que la Argentina vivía desde hacía tres años, en “estado de guerra interno”, que las figuras más prominentes del país se encontraban encarceladas o en el exilio mientras que militares, civiles, obreros y estudiantes eran “torturados sin que se haya permitido una investigación” (Nudelman, 1956, p. 396). Según el diputado, las detenciones, cesantías y expropiaciones creaban “un clima de terror y miedo” (Nudelman, 1956, p. 396). Los discursos informaban sobre el grado de autonomía e impunidad de las fuerzas represivas.
Lo interesante en el caso de la denuncia oficial de Nudelman es la relación que el diputado establece entre la persecución a los estudiantes y una “calumniosa campaña”, en la que los funcionarios militares y policiales tildaban de “comunistas” a los jóvenes opositores, lo que habilitaba al gobierno a realizar centenares de allanamientos domiciliarios (Nudelman, 1956: 512). En junio de 1955, al teniente coronel Jorge Osinde fue el encargado no solo de castigar sino también vigilar a los opositores organizados en Comandos Civiles Revolucionarios y en internas militares dispuestas a derrocar al gobierno12. Por esa razón estuvo a cargo del KEES, último servicio de informaciones creado por el gobierno peronista antes de su caída, para detectar todos los movimientos internos dentro de las Fuerzas Armadas e intervenir sobre los movimientos de las facciones golpistas. El mismo contaba con equipamientos y personal adiestrado proveniente de los sectores militares y policiales y con la colaboración de la Red Radioeléctrica de la Policía Federal (Walsh, 1967). Este centro de escucha y control monitoreaba las redes de Marina, Prefectura y policías provinciales y sumaba los datos que ofrecía el Comando Político-Sindical de la Dirección de Investigaciones, dirigido por el Mayor Leónidas García.
En 1958, tres años después del golpe de Estado que derrocó al gobierno del General Perón, la Cámara de Apelaciones confirmó la prisión preventiva de Osinde acusado por la causa de apremios ilegales de forma reiterada contra los presos políticos de 195313. A raíz de ello se publicó una pequeña nota en defensa del “distinguido oficial de informaciones” en el diario Norte, escrita por Fermín Chávez, un historiador revisionista y ferviente militante peronista, quien firmaba con el seudónimo de Juan Cruz Romero14. Chávez justifica el accionar de Osinde haciendo una exhaustiva definición política de los supuestos torturados y la peligrosidad de su organización. Describe a los miembros de la organización opositora como parte de un grupo conspirador vinculado a militares golpistas, como Ossorio Arana, Lonardi y Francisco Suarez, financiados y provistos de armas desde el exterior, con la colaboración de empresarios como Silvano Santander y Máximo Gainza Paz quienes, a su vez, oficiaban como correos. En la nota nomina e identifica la función de cada uno dentro de la organización, sus actos clandestinos, las estrategias de guerras psicológicas y la cantidad de armas utilizadas. La definición detallada está al servicio de un objetivo: demostrar la peligrosidad del grupo que convalide los actos ilegales perpetrados por la policía. En ese sentido, los procedimientos del jefe de Coordinación Federal, que defendió con “la lealtad y eficiencia al gobierno peronista”, se encaminaron a descubrir “una organización clandestina que atentaba contra la seguridad interior de la comunidad” (Romero, 1958). La nota del velado Chávez en Norte pone en evidencia la defensa que una parte del peronismo, connotado por un nacionalismo revisionista, realiza hacia un leal militar peronista en tiempos de proscripción política, pero al mismo tiempo aporta una mirada condescendiente, justificadora, respecto de las prácticas represivas hacia grupos a los que se consideraban portadores de una violencia que considera “subversiva” al orden gubernamental. La opinión militante de defender el accionar de Osinde en 1953 con la excusa de evitar un peligro conspirativo, pone en juego una relación tensa pero siempre presente en las discusiones acerca del uso de la violencia política estatal: la combinación entre el poder ideológico y el poder militar (Calleja, 2017, p. 100) y la relación que pudiera darse entre el concepto de legalidad y el de legitimidad para hacer uso del aparato represivo, cuando el mismo es aplicado en contextos de amenazas contra el poder. En estos términos “las acciones coercitivas del Estado son violencia para los que lo consideran ilegítimo, y fuerza para los que lo creen legítimo” (Calleja, 2017, p. 108).
2do Acto: La voz del viejo custodio
El contacto entre Osinde y Perón fluyó desde 1965 en ocasión de las elecciones legislativas y fue más animado a partir del éxito obtenido en aquellas elecciones que le hicieron recuperar miembros en el parlamento. Los contactos entre ambos se intensificaron para afrontar el siempre latente peligro hacia los que “trabajan a favor de nuestros enemigos desde la traición”15. Por su parte, Perón le insistía en la preocupación de que los “gorilas” no harían otra cosa que generar resentimiento en el pueblo y eso sería, lamentablemente, capitalizado por un enemigo histórico, una facción que siempre estuvo en la mira opositora para Perón y sus históricos camaradas: “el Comunismo Internacional”. Una vez más, como en los viejos tiempos, el peligro difuso del comunismo aparece en el diálogo de los dos hombres. Esa es la razón por la cual Perón le encarga a su viejo amigo, un sensible anticomunista como Osinde, que hable “con su gente” para hacerles entender que el peronismo necesita a Perón en el país, que es determinante para preservar la gobernabilidad del entonces presidente Arturo Illia16.
En junio de 1966 llega al poder mediante un nuevo golpe de Estado, el general Juan Carlos Onganía, un militar que había renunciado a su cargo de comandante en jefe de las Fuerzas Armadas a mediados de 1965. Onganía asumió con una popularidad que trascendía el ámbito castrense y manifestó desde el inicio de su gestión establecer “un gobierno que logre aportar la modernización y la transformación necesarias para asegurar la unión nacional y promover el bienestar general”, lo que entusiasmó a parte de la sociedad conservadora, amante del orden o cansada de los rodeos de la política tradicional, aunque ello implicara la prohibición de los partidos políticos. Las máximas autoridades de esta dictadura autodenominada Revolución Argentina orientaban sus esfuerzos hacia una Nación respetuosa de los valores cristianos y de los principios del orden y la disciplina, los cuales consideraban alterada por los desbordes sindicales y estudiantiles. (O’Donnell, 1996, De Riz, 2000; Galván y Osuna, 2014).
Osinde, un personaje escurridizo para la historiografía, cobra su propia voz a partir de nuestras fuentes durante este período en el intercambio de cartas y mensajes personales con Perón. El tono de dicho intercambio es el de dos antiguos camaradas militares y compañeros de ruta ideológica17. En 1968, Osinde se autodefinía como “un camarada en enlace”18 e informaba acerca de la situación del gobierno de Onganía. Lo interesante es que sugería al líder exiliado la necesidad de abrir intersticios entre esos elencos gubernamentales para lograr el gran objetivo: “su ansiado retorno a la patria”19. Para convencerlo, Osinde presentó a Perón un completo informe de la interna castrense en el que describía una división entre los sectores liberales liderados por Pedro Eugenio Aramburu y otro “importante grupo de oficiales en las jefaturas de unidades y en línea con el nacionalismo popular”, entre los cuales se encontraba, el General Labanca. Le decía que con estos último había un mundo común ya que consideraban que la Revolución Argentina había fracasado y que era necesario comenzar nuevamente con un movimiento de mayor amplitud, en el cual no podían quedar afuera los peronistas. Si llegaban al poder prometían que “Perón gozaría de todos sus derechos”20. El choque entre los dos grupos militares era inminente y, según su criterio, el enfrentamiento sería muy cruento. En este clima operaba Osinde y, como él mismo relata, la actividad de acercamiento entre el peronismo que él representaba y el de los militares nacionalistas anti Onganía había sido ardua y lenta, pero fructífera. En una actitud de auto valoración le explica a Perón que:
como la gota de agua que horada la piedra, hemos ido penetrando. Hoy hay muchos camaradas y la imagen del cuco peronista se ha ido desdibujando en la mentalidad de los oficiales del Ejército. El fortalecimiento de la línea liberal –salvo que (el gobierno) sean inconscientes suicidas- les señala un único camino, el Pueblo. Y para contar con el apoyo del pueblo deben contar con usted mi general. Y lo van entendiendo, más si estamos unidos y en fuerza sindical21.
Es interesante tener en cuenta el papel que Osinde dice jugar no solo como informante de Perón en el exilio sino también como mediador y agente activo de la lucha contrarrevolucionaria llevada adelante en ámbitos castrenses y nacionalistas dispuestos a combatir comunistas22. Desde los años cincuenta, la Argentina había sido una buena alumna en la comprensión de los métodos utilizados por la escuela francesa en su experiencia contra los revolucionarios en Argelia. Por ello, resulta un indicio interesante para destacar que, en la misma carta en la que le informaba a Perón acerca de sus vínculos con militares nacionalistas, Osinde también le cuenta haber creado lazos con “gente del grupo Verbo”. En una reunión con ellos, al mostrarse mutuamente las credenciales personales, Osinde se presentó como un “peronista ortodoxo de Perón” y el cura Grasset, miembro líder de Verbo, como un “activo anticomunista y antiliberal”, lo que sugiere en buena medida una narrativa común e intereses anticomunistas compartidos. Verbo era un destacado instrumento ideológico de la guerra contrarrevolucionaria en la Argentina, y su director el cura Grasset, parecía no trepidar ante cualquier método, incluso la tortura -a la que Osinde también estaba acostumbrado según los denunciantes de 1953-. Grasset era un antiguo confesor y asesor espiritual de generales propulsores de la lucha contra insurgentes argelinos y luchaba a favor de los valores católicos y contrarrevolucionarios23. Osinde es enfático en sus convicciones y así se lo hace saber al líder exiliado, respecto de que el peronismo debe unirse a estos sectores de los militares nacionalistas y católicos, a sus entornos, y a los “ nacionales y populares”, dado que tienen entre todos una comunidad de intereses “anticomunistas”.
El 19 de abril de 1971, Osinde le escribe a Perón que las directivas dadas por el líder para ordenar el movimiento, están en vigencia. Le informa que se incorporaron elementos afines al proceso “manteniendo la línea ortodoxa del Partido peronista y las 62”, y que se le dio cabida a distintas líneas y a “grupos de fricción” que “lamentablemente será imposible evitar hasta que usted llegue”, en obvia alusión a la función de conciliador de Perón entre las diferentes facciones24. Según Osinde, la vuelta de Perón al país ordenaría el caos y las fricciones internas, las desconfianzas y los juegos de poder entre delegados personales, informantes y nuevas facciones, entre ellas, las juveniles. El coronel le recuerda a Perón su trayectoria de “28 años de sacrificada y leal colaboración con el general”, y enfatiza la necesidad de aunar intereses con las Fuerzas Armadas Argentinas. En sus palabras se sintetiza una cultura peronista nacional, popular pero también militar y beligerante. Simplifica la noción de amigos y enemigos diciendo:
Creo tener clara idea de la situación que atraviesa el país y los problemas internos del Movimiento. Debemos arrancar con un proceso auténtico de Revolución Nacional y Popular que entronque las Fuerzas Armadas con nuestro movimiento. Su frustración señalaría la hora de las grandes convulsiones sociales de consecuencias impredecibles25.
Incluso, muestra su compromiso doctrinario pero también su verticalidad militar cuando le promete que “en esa lucha no he titubeado, ni titubearé en ofrendar mis mayores esfuerzos, incluso mi vida”26.
En mayo de 1971, un año antes de la vuelta de Perón al país y consciente de las internas que se jugaban dentro de las FF. AA. y del partido dice que pretende unirse a una “revolución nacional”. Sin embargo, bien mirado el texto surge un dato intrigante. Osinde le hace a Perón un pedido “en confianza”, como el mismo escribe, para lograr aportar a que ese plan de imposición del modelo de Revolución Nacional y Popular se cumpla a fondo y con “el rol del peronismo histórico frente al desafío de la hora”. De manera algo sospechosa, solicita a Perón que se le otorguen “credenciales confidenciales”, las cuales –no sabemos por qué lo dice– se compromete a utilizar “con mesura”27: “Otorgarme credenciales confidenciales. Una como delegado militar para la misión que desarrollo actualmente. Otra para la formación de los cuadros del apartado 2-inc.a) que utilizaré con la mesura que usted ya me conoce”28.
El apartado 2 al que se refiere dice que es necesario “armar cuadros técnicos y profesionales y grupos cerrados para copar la estructura del nuevo gobierno”, en el caso de que cayera Onganía, tendría el fin de “neutralizar” a los “excluidos o tránsfugas y neos”29. No hay entre nuestras fuentes ninguna carta que dé cuenta de la respuesta de Perón. Solo los hechos posteriores podrían dar algunas pistas.
3erActo: El desprecio por los infiltrados
El 9 de junio de 1970 a las 23.30 hs, Onganía expresa que lo obligan bajo la presión de las armas a alejarse del poder. Para los primeros años de la década del setenta, el partido peronista seguía su intento de normalización, realizando cambios significativos, pero involucrado en un creciente enfrentamiento interno entre las posiciones ortodoxas y las nuevas generaciones peronizadas y afines a ideas de una izquierda revolucionaria (Bartolucci, 2017). De hecho, en noviembre de 1971, el Movimiento Nacional Justicialista quedó a cargo de Héctor J. Cámpora y la juventud radicalizada se incorporó como “la cuarta rama del movimiento”, representada por Rodolfo Galimberti, quien en esos años, paralelamente, ingresaba al grupo Montoneros. Entre finales de 1971 y 1972, se consolidaron las bases de varias organizaciones armadas en el país: Montoneros, FAR y FAP se encontraban en un momento de expansión cultural y territorial que obligó a sus conducciones a fortalecer los lazos en el interior del país. La batalla se jugaba también no solo entre los nuevos peronistas de izquierda sino entre los sectores juveniles conservadores, leales al movimiento peronista histórico: se reconocían ortodoxos y nacionalistas agrupados en el Comando de Organización (CdeO) o la Concentración Nacionalista Universitaria (CNU), y mantenían sus redes de poder gracias al apoyo de grupos vinculados a los sectores duros del viejo sindicalismo peronista. Se declaraban a sí mismos como una militancia “patriótica y peronista “que ofrecía como solución “ser implacable contra los “traidores”, en obvia alusión a los militantes del naciente peronismo de izquierda30.
Todos eran encaramados en una dinámica de violencia difícil de sujetar e identificar claramente. Según algunos autores, se confundían las internas peronistas con las organizaciones militares y policiales capacitadas especialmente para combatir contra los circunstanciales enemigos (Nahmías, 2013). En el marco de una convulsión general entre Fuerzas Armadas y partidos políticos, y de un enfrentamiento interno dentro del movimiento peronista en el que cada uno disputaba su espacio simbólico y de poder, Perón inició las tratativas para su regreso al país.
El Comité de Recepción para su primer regreso, el 17 de noviembre de 1972, estuvo integrado por Juan Manuel Abal Medina, José Rucci, Lorenzo Miguel, Norma Kennedy y Jorge Osinde, este último designado como el responsable de la seguridad del acto. Como táctica de seguridad frente a posibles ataques, en ese avión chárter viajarían varias personalidades de la Argentina junto al General. Con ese fin, el brigadier Pons Bedoya invitó, entre otros, al periodista Miguel Angel Barrau, quien dejó un valioso testimonio de las discusiones internas del grupo responsable del regreso (Barrau, 1973, pp. 88-89). Para organizar esa vuelta Perón recibió en Madrid, de manos de Cámpora, un detallado informe realizado por una comisión especial, nominada como “Comisión de Regreso”31 sobre los preparativos específicos pero también sobre el estado de la política argentina. En el punto 1 de ese documento reservado se enuncia que
es evidente el estado de pre-caos que predomina en la vida de nuestro país y de la incapacidad de nuestras autoridades para controlar el desorden y el abuso (como lo prueban Trelew, los secuestros, los artefactos explosivos, los asaltos y atentados personales, las declaraciones sectarias, las torturas etc.) (Barrau, 1973, pp. 95-96).
El punto 6 decía textualmente que: “existen grupos-poco numerosos pero muy exaltados y activos – que están determinados a que dicho regreso no se realice. De estos grupos tanto los gorilas como los extremistas, pueden llegar hasta el atentado personal”32. Incluso uno de los “supuestos” (es decir, corrillos de la política) que circulaban en esos días manifiesta la “existencia de otros grupos (paraoficiales u oficiosos) destinados a provocar perturbación y justificar así, que el gobierno adopte medidas restrictivas o de impedimento al regreso”. Incluso entre las desventajas que planteaba el informe respecto de la modalidad de llegada por aire, se mencionaba que durante el descenso, “expertos tiradores, pueden abrir fuego contra las personas”33.
Es decir que para la comisión organizadora y también para el mismo Perón, desde el momento que se plantea la idea de volver, en los primeros setenta, existió conciencia plena de que el peligro podría surgir de los enfrentamientos dentro del mismo movimiento, el cual traería consecuencias mayores dentro de un clima de confusión y caos entre las fuerzas políticas y paraoficiales en pugna, en el que los militares intentarían sacaran su propio rédito. En esta íntima comitiva se encontraban Arturo Pons Bedoya, Ricardo Anzorena, Héctor Cámpora, Juan Manuel Abal Medina y como siempre, como desde los primeros años del primer gobierno, el teniente coronel (R) Jorge Osinde. Todos ellos participaron de las reuniones y engorrosas negociaciones en el Hotel Internacional de Ezeiza con el brigadier Ezequiel Martinez, secretario de la Junta de Comandantes en Jefe de la Nación, tendientes a negociar la posibilidad de que Perón abandonase la zona restringida de Ezeiza y se dirigiese a su domicilio particular en Vicente López. Luego de devaneos y mensajes cruzados, escenas cinematográficas de discusiones entre el secretario personal de Perón, José López Rega, y la “custodia especial” puesta por el gobierno militar a Perón y con todas las precauciones a cuesta, el 18 de noviembre de 1972 a las 6.03 de la mañana, Juan Perón, precedido, seguido y flanqueado por una movilización militar que superó los 30 mil hombres en el aeropuerto de Ezeiza, comenzó una veloz carrera por la autopista General Richieri en un poderoso Ford Fairlane, después de 17 años y 48 días de ausencia en el país.
En marzo de 1973, el gobierno militar cedió frente a las presiones y convocó a elecciones pero una vez más, como en 1962, Perón no podría presentarse como candidato. El peronismo encontró nuevamente una fórmula en el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) con Héctor Cámpora como presidente, quien ganó las elecciones. Cámpora tuvo el claro apoyo inmediato de los sectores juveniles radicalizados de izquierda (Nahmias, 2013, pp. 260- 271). Ese apoyo y las medidas tomadas durante el breve gobierno camporista hicieron que se desencadenara una persecución contra lo que, como en otros momentos, se consideró un enemigo interno que era tildado, de forma amplia, como “comunista”. El mismo enemigo que Osinde detestaba desde los cincuenta, el cual había tomado nuevas formas y que también preocupaba a Perón34.
En realidad, a lo largo de los años de exilio, Perón cultivó un discurso oscilante frente a los hechos de violencia, la formación de nuevos cuadros y las organizaciones armadas, en el que dio mensajes que susceptibles de dejar en paz a tirios y troyanos. Las tensiones que aparecían solo en la superficie de los medios, en realidad implicaron un mar de fondo, entre dirigentes de la izquierda peronista y José López Rega. Por otra parte, Abal Medina y Firmenich dieron cuenta en algunos testimonios de que la gran preocupación en Madrid era que Cámpora quería resolver solo. Ese clima de desconfianza se percibió desde un primer momento y se agravó después de la publicación de un documento de la Tendencia Peronista que agrupaba a los sectores más radicalizados de izquierda titulado “Compromiso con el pueblo y con la Patria”, donde se reivindicaban las luchas de la resistencia, los programas revolucionarios de Huerta Grande o la Falda, junto con la exigencia de nuevas medidas, como la liberación de presos políticos o la derogación de los tribunales y legislaciones represivas. Este documento donde se exponía frontalmente los objetivos del peronismo como camino hacia un socialismo nacional se combinó con una serie de acciones concretas como la formación de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y el llamado del secretario general del partido y dirigente juvenil, Rodolfo Galimberti, a la formación de una “milicia de la juventud para la reconstrucción nacional”. Según algunos autores, estas últimas declaraciones respecto de la creación de milicias despertaron en las FF. AA. una sospecha de poder paralelo, dado que ese tipo de medidas alejaban la posibilidad de acuerdos políticos como los de la Hora del Pueblo (Nahmías, 2013).
Vale la pena por su claridad verter aquí parte de un documento confidencial del 4 de febrero de 1972 en el que se evidencia y desarrolla esta tesis:
Se ha podido saber que con fecha de 28 enero de ppddo. El Teniente Coronel (R) Jorge Manuel Osinde, miembro del Consejo Superior Peronista y Asesor militar de Juan Perón se dirigió por nota a este último planteándole la situación creada por actitudes de Rodolfo Galimberti y Alberto Brito Lima como integrantes de dicho consejo partidario en relación con su prédica subversiva y su acción perturbadora. El Teniente Coronel Osinde señala en el caso particular de Galimberti que contra lo que se esperaba con su incorporación al Consejo Superior no se ha logrado hasta ahora controlar sus actividades y frenar sus ímpetus, sino que por el contrario asumiendo esa representación se ha lanzado a actuar con independencia, comprometiendo la posición del alto organismo partidario con actitudes reñidas con la doctrina y las instituciones nacionales y provocando la consiguiente reacción de importantes sectores de las FFAA cuya opinión, sentimientos y objetivos, no podemos ni debemos subestimar como que somos integrantes de ellas (…). Galimberti puede servir de caldo de cultivo en beneficio de los planes que sustentan los distintos sectores de la subversión marxista que operan en el país, Osinde aconseja la separación de Galimberti del Consejo Superior (...). El último fin de semana Osinde mantuvo entrevistas con diversos sectores de la Juventud Peronista para sugerir no se vaya al juego de los perturbadores puesto que ello en nada beneficia al movimiento, mientras sirve a los intereses de las tendencias marxistas”35.
Las tensiones y las pugnas abiertas posicionaron en un mismo bando definitivamente a Perón y Osinde de un lado y a la Tendencia peronista juvenil en otro. Esta división estratégica puede verse a través de indicios claros. En un debate que se publicó en la Revista Panorama en mayo de 197336, días antes de la asunción de Cámpora, donde las cartas de todos los “gitanos” se echaron sobre la mesa37. La discusión se dio en Madrid, en la casa Puerta de Hierro. Allí participaron Rodolfo Galimberti, Norma Kennedy, Juan Carlos Ortiz, Alberto Campos y Manuel Damiano. En esa ocasión, Perón recriminó al grupo las ideas acerca de la “formación de milicias” o la creación de UES por considerarlas inoportunas o por crear enfrentamientos con los sindicatos. El tono de la discusión interna fue fuerte. Ortiz, el secretario general de la Mesa Nacional del Frente de la Juventud, luego de escucharlos en un momento expresó: “con esto queda terminado el asunto”. En ese exacto momento fue que quedó en evidencia en qué lugar político ideológico quedaba ubicado cada uno de los contendientes, cuando Perón espetó: “No. No está terminado. Creo que Osinde tiene algo que decir”. A partir de esa venia que Perón ofreció a Osinde, éste les recriminó mucho más enfáticamente y tildó de irresponsable a Juan Abal Medina por haber ofrecido cargos de Defensa a dos coroneles, sin el consentimiento de nadie, lo que había producido un profundo malestar en las FF. AA. y hasta fuertes incidentes verbales entre algunos oficiales. Esta intervención no hizo más que dar cuenta de las redes establecidas por Osinde con los militares “nacionalistas y populares”, de las que le habló a Perón en su correspondencia de 1968.
Finalmente, el miedo al atentado y las divisiones hicieron de la llegada definitiva de Perón a la Argentina, el 20 de junio de 1973, una tragedia de connotaciones coreográficas38, con el aeropuerto de Ezeiza como escenario. Según la revista Evita Montonera, órgano oficial de Montoneros, el teniente coronel Osinde apostó mil civiles armados cerca del palco ubicado en el puente 12 de la Av. Ricchieri desde donde hablaría el ex presidente a su pueblo y en las instalaciones del Hogar Escuela. La consigna era, según el informe, no dejar pasar a las columnas que llevaran carteles alusivos a la izquierda peronista. Para lograr el objetivo de copar el acto, se estableció un sistema de comunicaciones internas desde las instalaciones centrales del ACA, junto a una flota de quince autos cedidos por la CGT. El Comando de Seguridad del puente encabezado por Osinde ordenó reforzar las barreras de seguridad en el flanco izquierdo del palco y se constituyeron dos líneas de hombres armados. Las columnas de FAR, FAP y Montoneros iniciaron su marcha para instalarse con sus carteles y a partir del control y la inteligencia fueron perseguidas para ser atacadas en cuanto llegaran al palco. El documento del subjefe de policía de la provincia de Buenos Aires, Julio Troxler, da cuenta de la gran confusión que se desató incluso entre dos facciones lideradas por el mismo Osinde, entre las fuerzas irregulares del palco y los militantes del Comando de Organización, apostados en el Hogar Escuela desde varios días antes (Verbitsky, 1986, pp. 187)39. Algunos testigos recordaron que antes hubo un primer tiroteo: en el “día más largo y gélido del año comienza a oler a pólvora y adrenalina” (Bonasso, 2010, pp. 128). Según el informe oficial de Montoneros “eran pocos” los que estaban armados dentro de las organizaciones y solo contestaron al fuego. Otras versiones que analizan las estrategias desplegadas entre los sectores en pugna, por ejemplo la de un historiador testigo presencial, da cuenta que la lucha estaba planteada desde antes y que en realidad lo que Ezeiza enfrentó fueron dos proyectos políticos disímiles e incompatibles (Amaral, 2010). En ese sentido Bonasso recuerda que pocos días antes del 20 de junio, en una reunión con Dardo Cabo, este le dijo que “no irían con armas largas a Ezeiza y que solo llevarían cortas para contestar agresiones” (Bonasso, 2010, pp. 128). Una batalla a sabiendas.
Las versiones canónicas, de todos modos, responsabilizaron a Jorge Osinde de “la matanza de Ezeiza”, en tándem con López Rega, en cumplimiento de órdenes del poder emanado de Perón. Sin embargo, la represión ejercida da cuenta de torturas dentro del Hotel Internacional y prácticas aberrantes dirigidas por la cabeza militar del COR, pero llevadas adelante por un grupo de oficiales, suboficiales, policías y civiles. Una vez más, como en 1953 la legalidad y la legitimidad política tensionan la realidad. Según Bonasso, Osinde le había ganado la puja interna al Ministro del Interior Esteban Righi, ya que la Policía Federal estaba a 1500 metros del teatro de los acontecimientos, impedida de intervenir. Las declaraciones oficiales y los documentos firmados por Osinde, al otro día de los tiroteos, dicen lo contrario: “que la acción preventiva de las fuerzas de seguridad, que han estado ausentes, pudo haber evitado la tragedia de tantas pérdidas de vida” y que “esta grave responsabilidad alcanza al Señor Ministro del Interior, Esteban Righi” (Verbistky, 1986: 153)40. Las interpretaciones de quién abrió el fuego primero también son contrapuestas. La fuente partidaria de Evita Montonera y la declaración de Osinde coinciden en que el tiroteo tuvo varias etapas y que desde la noche anterior habían comenzado los enfrentamientos. El número de víctimas mortales y de cientos de heridos, también fue prenda de discusión41.
Conclusiones
Este trabajo intenta revisar las continuidades de la represión estatal o paraestatal y la lucha contra un enemigo interno de carácter difuso con el fin de comprender que ese concepto se fue modificando según el contexto histórico entre 1953 y 1973. Asimismo la trayectoria policial, militar y política de Osinde, su espacio entre bambalinas pero en constante lealtad y relación personal con Perón, en nuestro criterio, colabora en la comprensión de un clima de escalada represiva contra agentes denominados de modo difuso como “comunistas”. En el imaginario de dirigentes encargados de la seguridad, durante el primer gobierno de Perón, el antiperonismo juvenil se unificó con un anticomunismo genérico. Esta unificación se vio a través del análisis que se hizo aquí del castigo a los culpables de actos terroristas del 15 de abril de 1953, así como también a partir de los discursos del diputado Nudelman contra la persecución a los estudiantes. En esos dichos, se denunciaba que los funcionarios militares y policiales tildaban de “comunistas” a los jóvenes opositores, lo que habilitaba al gobierno a realizar centenares de allanamientos domiciliarios y prácticas de tortura. Incluso para la militancia, los procedimientos del entonces jefe de Coordinación Federal, eran realizados en defensa de la lealtad y eficiencia al gobierno peronista para descubrir una organización clandestina que atentaba contra la seguridad interior de la comunidad. Este modo de operar nos permite repensar un problema que se repitió durante dos de los gobiernos peronistas aquí analizados, en los cuales Osinde tuvo su participación como funcionario desde diferentes ámbitos pero con una misma función: ser el custodio de la doctrina peronista in totum y de su líder, celoso de cualquier oposición o modificación ideológica. Si durante el primer gobierno la seguridad interior dependía de la lucha contra ese conjunto de opositores genéricamente identificados como “comunistas” y tildados como un problema para el peronismo, en los setenta esta amenaza también asociada a agentes extranjeros se había convertido en “infiltrados”. Es decir, podría decirse que la noción de seguridad interior se confundió rápidamente con la idea de seguridad del peronismo como gobierno en la cultura política argentina mucho antes de los años setenta.
El enfrentamiento en Ezeiza el 20 de junio de 1973 mostró que Osinde aplicó un conocimiento y expertisse adquirido entre 1947 y 1955 como represor ante cualquier peligro de sabotaje antiperonista, en el marco de sus funciones oficiales y una construcción activa de poder. Si los grupos radicalizados y heterogéneos de radicales, socialistas, comunistas y demócratas cristianos que actuaron en contra del primer peronismo, laxamente definidos como comunistas, debían ser vigilados y castigados; los jóvenes radicalizados dentro de un movimiento peronista en transformación (FAP, Montoneros y otros) hacia principios de los setenta, debían ser combatidos como infiltrados. Jorge Osinde como jefe oficial de la seguridad navegaría cómodamente entre la ilegalidad y legitimidad de la defensa del proyecto, en relación a la violencia política y la justificación de métodos aberrantes de parte del Estado. Por otra parte el análisis del corpus de correspondencia que hemos registrado entre 1968 a 1972, demuestra el grado de involucramiento que Osinde mantuvo como centinela del movimiento y como un leal “peronista de Perón”, según su autodefinición. Ese sería el justificativo de su constante, aunque velada y difusa, relación con Perón en el exilio. Asimismo las fuentes ratifican los vínculos que como militar Osinde mantuvo con sectores opositores al gobierno de Onganía, militares “nacionalistas y populares” indulgentes con la vuelta de Perón al país y también con fanáticos sectores del nacionalismo católico. A nuestro juicio resulta interesante pensar el lazo entre cuadros políticos afines a cruentas prácticas contra el comunismo internacional y la idea de “seguridad nacional” con aquellos peronistas como Osinde que actuaron en contra de quienes atentaran contra la pureza ideológica del peronismo. Por último, el caso de Osinde, a nuestro juicio, aporta a desentrañar a la marcialidad, es decir la imbricación entre lógicas de conductas militares, prácticas policiales y lealtades políticas, como una de las características sobresalientes del conglomerado de la ortodoxia peronista
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Notas
Recepción: 29 Noviembre 2019
Aprobación: 20 Junio 2020
Publicación: 01 Diciembre 2020